El colmo en el cine: kebab, notas de voz y gritos

De verdad que no me explico cómo hay gente que lleva kebab al cine. Lo de escuchar notas de voz y gritar tampoco.

Hace unos días viví algo en el cine que me dejó sin palabras. De verdad. Todavía no doy crédito a lo que sucedió.

Te pongo en situación. Quedé con dos amigos para ir al cine un domingo por la tarde. Decidimos ir a ver una película en versión original que llevaba casi un mes en cartelera. Pensábamos que a priori no habría casi nadie. Para nuestra sorpresa la sala estaba bastante llena.

A ver, es algo que echaba de menos. No te voy a mentir. Desde que terminó el confinamiento he tenido muchos pases de ser cuatro o cinco en la sala. O incluso estar solo con mi acompañante. Cuando ves gente te alegras.

Bien. El caso es que entramos y vimos que había varias personas con palomitas. Eso no es raro. Era un buen plan para terminar la semana.

Nos sentamos y mientras veíamos el interminable repertorio de anuncios entró una pareja. Se sentaron en la fila de delante. Hasta ahí todo bien. ¿Cuándo cambió la cosa? En el momento que vimos que sacaron dos tuppers.

Mi amiga se dio cuenta y nos lo dijo al instante. A nosotros nos hizo gracia. Normal. ¿Quién lleva tuppers al cine? De ahí sale un buen corto seguro.

Luego, nos dimos cuenta de que tenían ¡dos kebabs!

La  película empezó y el olor se fue sintiendo por la sala. Nos mirábamos entre nosotros y nos reíamos. ¿Qué íbamos a hacer?

Mientras tanto, solo pensaba en que ir únicamente a cines en los que estuviera prohibido comer. Qué repugnante.

Solo faltaba una cámara oculta y que al terminar alguien dijera que estaban rodando

No soy de comprar alimentos ni bebida durante la proyección. Prefiero ir, disfrutar de la película y luego tomar algo mientras la comentamos. Sale más barato y alargas el plan.

Bueno, a lo que iba.

Unos minutos más tarde vi que la mujer que tenía a mi lado sacó su móvil. Lo noté por la luz que desprendía. Intercambió algunos mensajes. Lo guardó. Lo volvió a sacar. Hasta que vi que se lo llevó a la oreja para escuchar varios audios.

No sabía si reírme o llorar.

Opté por descojonarme de cada escena que veía. Mis amigos hicieron lo mismo. Es que encima la película tenía su lado gracioso. Bueno, a ratos. Otros, adoptaba un tono más dramático. Era lo que pedía la historia.

¿Qué más pasó en la proyección?

Ah, sí. En el tramo final de la película oí a una persona gritar: «Eso, eso, que se joda». Lo hizo mirando a la pantalla. Había sentido tanta empatía por un personaje que no me sorprendió.

Ese comentario puso la guinda al pastel a una tarde de locos. Solo faltaba una cámara oculta y que al terminar alguien dijera que estaban rodando.

Cuando salimos de la sala comentamos las dos películas. La que vimos y la que vivimos allí dentro.

Y debo decirte que ambas me gustaron mucho. La primera se titulaba La casa Gucci y la segunda… ¿Cómo podría llamarse? Uf, no sé. ¿Qué tal, Un kebab, una nota de voz y un grito van al cine?

Suena a chiste de los malos, pero fue lo que pasó.

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